Serguéi Timoféev, poeta de la vanguardia letona: “En la Rusia soviética el verso libre era considerado sospechoso”
El autor, que publica una antología en España y visitó el festival de Granada, escribe obras entre surreales y contraculturales que tienen fuertes vinculaciones con el arte contemporáneo


En 2001, Serguéi Timoféev cogió un viejo Mercedes blanco con unos amigos, cruzó Europa conduciendo y, cuando llegó a España, pasó tres semanas conociendo el país. Ha venido varias veces. La última fue para participar en el Festival Internacional de Poesía de Granada, en mayo, donde pudo hablar de su reciente antología publicada en castellano, Póster estilo punk rock sin enmarcar (La Tortuga Búlgara, con traducción del ruso por Antonio Sánchez Carnicero y Marco Vidal González). En un extraño cruce de culturas, respondió a esta entrevista en un hotel granadino, atestado de poetas, cuya decoración quiere imitar a la de la Alhambra. Por cierto, en uno de sus poemas aparece un gato que habla español. “Sí, es que en algunos momentos parece que mi gata hablaba español… pero, no sé, quizás me equivoco y habla portugués”, bromea.
Nació y creció en Riga, en una familia rusófona, colectivo que supone un tercio de una población de casi dos millones. Sus libros suelen ser bilingües, en ruso, su lengua materna, y letón. Dos lenguas que desde la distancia podemos creer parecidas, pero que no lo son: pertenecen a familias lingüísticas diferentes (el ruso es eslavo oriental y el letón es báltico) y utilizan alfabetos diferentes (latino y cirílico).
“Riga es una gran ciudad con varios niveles de historia: la Edad Media, el periodo imperial, la independencia entre las dos guerras mundiales, el periodo soviético y la independencia de nuevo. Aquí se ha creado y cultivado una atmósfera muy rica, lo que me permite considerarla una ciudad universal”, explica Timoféev. En su poesía no hay muchos detalles locales, con el fin de conectar con lectores de muchos países. “Ahora se habla de la conexión entre lo local y lo global: yo voy en ese tren”, dice el poeta.

La poesía de Timoféev se relaciona con el mundo contemporáneo y urbano, es muchas veces narrativa, mezcla el realismo con las escapadas oníricas, lo cotidiano con la reflexión filosófica, entre el juego y la melancolía. Aparece Sofía, una chiquilla que empezó a tocar rock and roll, un nuevo centro de entrenamiento de la OTAN, ángeles que fuman cigarrillos de chocolate o un delicado amanecer en el país de los introvertidos, donde “no logra el sol recordar / hasta qué punto ascendió ayer / y trata de ubicarse un poco más bajo”.
Se le pueden encontrar aires de la generación beat, muchas imaginación y algunos ramalazos contraculturales. El poeta ha vivido en esos ambientes: tuvo una efímera banda de rock, llamada Dakota (“duraríamos alrededor de medio año”), pero en ocasiones ejerce como dj, en sesiones que mezclan el rock, la electrónica, el punk o la new wave. Ha publicado el vinilo Thing & Fingers, donde sus poemas se funden con la electrónica oscura y synth wave de los músicos Oid y Stereovoid. Y forma parte del colectivo Orbita, que une a poetas, artistas visuales, fotógrafos o músicos en Letonia, donde practica, por ejemplo, la videopoesía. El arte contemporáneo, por cierto, es uno de los grandes intereses de Timoféev, que ejerce de periodista y crítico en ese campo.
Relata algunas de las acciones que ha llevado a cabo con Orbita (parece casi más dispuesto a hablar de Orbita que de su trabajo en solitario). Por ejemplo, habla de un proyecto en el que, a principios de la década de 2010, consiguieron emitir en modo radio pirata una especie de maratón de poesía, durante cinco días en un radio de unos tres kilómetros desde el centro de Riga. “Fue entonces cuando las autoridades nos descubrieron y nos obligaron a dejar de emitir. La multa, afortunadamente, la pagó el festival de arte contemporáneo, en cuyo marco tuvo lugar la acción”, dice el poeta. En otra ocasión, Orbita compareció en la sección no oficial de la Bienal de Venecia, donde presentaron un proyecto consistente en dos sonetos realizados no con palabras, sino con objetos cotidianos.

Uno de los mejores poemas de la antología de Timoféev recuerda los tiempos soviéticos en Letonia, donde habla de seis servicios de inteligencia. “Uno vigilaba el futuro, / el segundo el pasado. / El tercero nos vigilaba a todos, / El cuarto a los elegidos. / El quinto definía la magnitud de lo oculto, / El sexto cuestionaba la veracidad de las descripciones”. A pesar de la censura y el control, aquellos tiempos siguen emocionándole e interesándole: “Al fin y al cabo fueron los tiempos de mi niñez y juventud, cuando iba descubriendo el mundo”. Así que al autor le gusta regresar al tema del pasado soviético. “También permite ver cómo Letonia ha pasado por distintas fases políticas y que, a pesar de que cambian los sistemas, la gente sigue sobreviviendo y siendo más o menos la misma”. En 2014 el grupo Orbita participó en una exposición en una vieja sede de la KGB que había permanecido cerrada. Aparecía un poema suyo al lado de una cama de hospital y de una maqueta de esa misma cama como un aparato volador. “Es una metáfora del deseo inherente en aquella época de escapar de la realidad del control por cualquier medio”, cuenta.
También la URSS tuvo efecto en la poesía de su país. “Aunque había censura ideológica, la censura estética era más laxa que en Rusia, donde hacer verso libre sin rima era considerado sospechoso. Lo poético era lo rimado. En Letonia se permitían los experimentos formales lo que dio en diferentes tradiciones cuya herencia aún se percibe”, explica.
¿Cómo se vive en su país la cercana guerra de Ucrania? “Somos vecinos de Rusia, soy de una familia de origen ruso, y veo con mucha preocupación que los países bálticos puedan ser los siguientes. Eso sería terrible. Espero que se produzca un cambio en el mundo. En Letonia hay mucha ayuda a Ucrania y nosotros, como colectivo artístico, hemos colaborado mucho con los autores ucranianos”.
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