window.arcIdentityApiOrigin = "https://publicapi.elpais.comunicamaranhao.com";window.arcSalesApiOrigin = "https://publicapi.elpais.comunicamaranhao.com";window.arcUrl = "/subscriptions";if (false || window.location.pathname.indexOf('/pf/') === 0) { window.arcUrl = "/pf" + window.arcUrl + "?_website=el-pais"; }Cómo perder la conciencia en el Sónar | Noticias de Cataluña | EL PAÍSp{margin:0 0 2rem var(--grid-8-1-column-content-gap)}}@media (min-width: 1310px){.x-f .x_w,.tpl-noads .x .x_w{padding-left:3.4375rem;padding-right:3.4375rem}}@media (min-width: 89.9375em){.a .a_e-o .a_e_m .a_e_m .a_m_w,.a .a_e-r .a_e_m .a_e_m .a_m_w{margin:0 auto}}@media (max-width: 35.98em){._g-xs-none{display:block}.cg_f time .x_e_s:last-child{display:none}.scr-hdr__team.is-local .scr-hdr__team__wr{align-items:flex-start}.scr-hdr__team.is-visitor .scr-hdr__team__wr{align-items:flex-end}.scr-hdr__scr.is-ingame .scr-hdr__info:before{content:"";display:block;width:.75rem;height:.3125rem;background:#111;position:absolute;top:30px}}@media (max-width: 47.98em){.btn-xs{padding:.125rem .5rem .0625rem}.x .btn-u{border-radius:100%;width:2rem;height:2rem}.x-nf.x-p .ep_l{grid-column:2/4}.x-nf.x-p .x_u{grid-column:4/5}.tpl-h-el-pais .btn-xpr{display:inline-flex}.tpl-h-el-pais .btn-xpr+a{display:none}.tpl-h-el-pais .x-nf.x-p .x_ep{display:flex}.tpl-h-el-pais .x-nf.x-p .x_u .btn-2{display:inline-flex}.tpl-ad-bd{margin-left:.625rem;margin-right:.625rem}.tpl-ad-bd .ad-nstd-bd{height:3.125rem;background:#fff}.tpl-ad-bd ._g-o{padding-left:.625rem;padding-right:.625rem}.a_k_tp_b{position:relative}.a_k_tp_b:hover:before{background-color:#fff;content:"\a0";display:block;height:1.0625rem;position:absolute;top:1.375rem;transform:rotate(128deg) skew(-15deg);width:.9375rem;box-shadow:-2px 2px 2px #00000017;border-radius:.125rem;z-index:10}} Ir al contenido
_
_
_
_

Cómo perder la conciencia en el Sónar

Pese a críticas y polémicas, el festival conserva intacta su capacidad de impresionar y de proporcionar una experiencia abrumadora y excitante

 El dúo de DJ de Belfast 'Bicep', durante el concierto ofrecido en la segunda jornada del Sónar Festival celebrada este viernes en Barcelona.
Jacinto Antón

Ahora que están tan de moda las experiencias inmersivas, para inmersivo lo del Sónar. Qué chapuzón de impresiones provocaba el que te arrastraran, por ejemplo, a la segunda fila del trallero set de Interplanetary Criminal, a las tres y media de esta mañana, cuando luchabas como un arenque varado por recuperar el aliento. Y qué fuerte descubrir que aún te quedaban fuerzas no ya para tratar de escapar de aquello sino para integrarte en la masa que bailaba como si no hubiera un mañana (lo hay: es hoy, hay que afrontarlo), y hasta para no desentonar demasiado.

 ¿Qué tiene el Sónar que te atrapa otra vez por el cuello aunque pasen los años, haya gente que arruga la nariz y sostiene que el festival ya no es lo que era —ya se sabe: cualquier tiempo pasado fue mejor— y pese a que esta edición se desarrolle en medio de la polémica e incluso del ataque de la aviación israelí a Irán, del que ignoramos si hay implicación de KKR, esa KK de fondo? Hubo la noche del viernes —extendida hasta esta mañana: cuando volví a casa, todavía estupefacto, ya cantaban los pájaros (a otro volumen, es cierto)— momentos de reivindicación, y se pudieron ver alguna bandera y algún pañuelo palestino, pero es que la música, la atmósfera ensordecedora y pulsátil y el gozo (de cualquier tipo, disparatado, ensimismado, desmadrado) lo laminaban y revolvían todo del tal manera que la vida se había convertido en un amasijo indistinguible de puro instinto (incluso de supervivencia), de anhelo inmarcesible y de asombro. Es difícil que ni el propio Arafat fuera capaz de mantener una reivindicación en un ambiente así. Era complejo mantener la conciencia así que no digamos ejercerla.

Ya desde el arranque musculado de BICEP (sic), quedó clara la dificultad de hacer cualquier discurso o de lanzar cualquier mensaje que no fuera puramente corporal; incluso me fue imposible comunicarle al tipo de al lado que me estaba pisando: me sonreía y asentía. La sesión nocturna tuvo momentos inenarrables: no consigo quitarme de la cabeza la imagen de filas y filas de s masculinos con el torso desnudo (parecía el Pride, pero es tendencia, para el que pueda) que se movían como una ola de veinte en fondo en medio del pasmoso concierto de Richie Hawtin a las 5 y pico en el SonarClub. Hawtin, convertido en el Lucifer de Ontario, se largó un set que habría hecho subir cien grados la temperatura del averno. Colocado tras su pupitre electrónico como una silueta oscura de predicador de Stephen King en medio de estallidos de rojo dignos de su irado Rothko, nos convirtió a todos los presentes en pasajeros de ultratumba ansiosos de cruzar su electrónica Estigia. No es raro que Hawtin dejara patidifuso un día a Stockhausen. El concepto tocar fondo encontró en esta fase del Sónar otro sentido.

Qué decir de la actuación de Peggy Gou. Convertida en misteriosa y atractivísima Dragon Lady, la surcoreana nos sumió con su aspecto de reina pirata de Malasia o madame oriental de un fumadero de opio en un sueño palpitante en el que los puñetazos de sonido y luz se punteaban con fumaradas que parecían brotar de los belfos de Tianlong, el dragón celestial. Hasta la famosa tonada (It goes like) Nanana sonó a artes marciales sonoras. No me ha sorprendido saber que la hermosa Peggy, que va tatuada como si se hubiera puesto encima el mahjong entero, es originaria de Inchon, en cuyos pantanos se libró una de las batallas más cruentas de la Guerra de Corea y donde los marines sufrieron de lo lindo. En contraste lo de Pa Salieu, artista del afrobeat con elegantes aires de Sidney Poitier, sonó a clásico, aunque su set, con máscaras africanas y torres de mecanotubo, tenía un no sé qué inquietante de Isla de la Calavera, como si fuera a salir en cualquier momento King Kong. En ese concierto una chica que bailaba a mi lado se sacó una pinza del pelo y me la puso a mí; “para que se te aguante el flequillo”, me susurró al oído con inopinada ternura en medio de la barahúnda sonora. Extraños momentos del Sónar.

En el SónarCar, el productor venezolano L’Miranda y la cantante y dj andaluza Candadismo ( del colectivo Deprerreo) sacaron unos personajes disfrazados de perros que parecían una ilustración de L’home que traballa fen de gos de Els Amics de les Arts. Alucinógeno. En su pantalla pusieron mensajes de “Free Palestina” compartidos con los de “Free Venezuela” y “Fuck You Trump”. Al tipo delante de mí que llevaba una trasnochada camiseta de Stoichkov aquello le sonaba un poco a búlgaro. Fue posiblemente el set más comprometido, especialmente para la pareja que perdido cualquier pudor se amaban extáticamente en medio de la pista. Hay que ver lo poco que pueden llevar puesto en el Sónar ellas y ellos. Claro que así no hay posibilidad de robarte nada como no sea el hígado. Ya he comentado lo de ir con el torso al aire (ellos, de momento). En la madrugada el porcentaje de descamisados aumentó en proporción directa a la sudoración, que en el Sónar Club parecía haber dejado una pátina dessslizante en el suelo, en la que patinaba (y les juro que no lo he soñado) un tipo disfrazado de patito de goma. Pregúntale a ese por la causa palestina. Bien, eso es ser un poco injusto con el patito, porque a esas horas a todos nos podías preguntar lo que fuera y apenas podríamos balbucear una respuesta. Yo mismo, que cuando estoy de servicio nunca bebo más de la cuenta, al abandonar el recinto ya rayando el alma, uy, el alba, salí en dirección contraria a donde tenía aparcada la moto y solo me percaté de ello largo rato después al topar con una obra que antes no estaba, aunque en Barcelona eso no es garantía.

En resumen, otra sesión de Sónar para el recuerdo. El festival no deja pese a todo de formar parte de nuestra identidad colectiva, aunque tengan como casi todos fantasmas en el armario (y en el bolsillo), su política de comunicación haya sido digna de Herodes —el tetrarca de Galilea—, y los reyes magos sean los padres.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad , así podrás añadir otro . Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_