Los domadores del desierto mexicano quieren devolverle la diversidad al campo
En Mexicali, un programa silvopastoril restaura las tierras agotadas por los monocultivos y optimiza el agua en una zona devastada por la escasez y el cambio climático. Buscan combatir el abandono del campo mexicano

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En el norte más norte de México, con sus áridos páramos donde crecen los magueyes y matorrales y los termómetros registran las temperaturas más altas de todo el país, un pequeño grupo de agricultores está tratando de enmendar los graves problemas que dejó en su región la Revolución Verde. Este movimiento, que llegó a finales de los 60 para aumentar la producción agrícola, hacer posible la autosuficiencia alimentaria y convertir al país en exportador de granos, también trajo consecuencias fatales para la agricultura local y el medio ambiente.
Entre ellos, la extensión de los monocultivos que imperan hoy sobre el paisaje de Mexicali: infinitos campos de algodón, alfalfa, cebollín y espárrago. Plantaciones extensivas a las que en los últimos años se sumó la palma datilera y que durante décadas acabaron con la biodiversidad, dejaron sierras abandonadas y suelos erosionados, llevados a su límite, sin nutrientes. Además de una tierra resquebrajada, los agricultores de esta comarca tienen que enfrentar los embates del cambio climático y la escasez hídrica del río Colorado.
“En el Valle de Mexicali, hemos sido testigos de un fenómeno que nos ha perjudicado de una forma atroz: la cada vez más compactación del suelo”, revela Javier Mosqueda. De 66 años, es uno de los pequeños productores que batallan por revertir la situación que enfrenta la agricultura local en esta zona de Baja California. Los esfuerzos se enfocan en recuperar sus cultivos a través de la agricultura regenerativa, destinada a mejorar la salud del suelo, aumentar la biodiversidad y promover ecosistemas resilientes. “Volver al camino que se torció. Las políticas agropecuarias ya no pueden ir dirigidas a los intereses de las grandes empresas por volumen de granos, rompiendo el equilibrio ecosistémico del lugar”, asegura Mosqueda, convencido a seguir con la profesión heredada de sus antepasados.

Regresar a los orígenes es la esencia de un proyecto silvopastoril piloto puesto en marcha por Restauremos el Colorado, una asociación civil comprometida con regenerar el delta del río que modela el paisaje del suroeste de Estados Unidos y noreste de México. Con el fin de lograr un cambio histórico en la región de Mexicali, la estrategia se dirige al manejo eficiente del agua y a mejorar las condiciones del suelo de la mano de pequeños y medianos productores, fortaleciendo la agrología local, un sector en crisis económica, ambiental y sociocultural. “El proyecto comenzó en marzo de 2023, con apenas cuatro productores que decidieron dedicar sus tierras a un sistema silvopastoril: la combinación de árboles, pasturas y ganado en una misma área. Porque la biodiversidad es el pilar de la sostenibilidad”, cuenta Carolina Sánchez, coordinadora de la iniciativa.
“En estas tierras, se sembraron sin descanso cultivos, que se robaban mucha agua, que ocupaban mucho fertilizante y químicos, dejándonos las tierras sobreexplotadas”, explica Mosqueda, quien no dudó en sumarse a la iniciativa cuando se la contaron. En menos de un año, levantó su rancho, donde hoy lucen los pastos verdes y deambulan los borregos y las vacas, ponen huevos las gallinas de libre pastoreo, y las abejas elaboran miel. “Este tipo de proyectos no son nada comunes en Mexicali, una zona muy árida. Pero cada vez más familias se están sumando y ojalá el Gobierno lo tome como ejemplo”, afirma, mientras una enorme ave rapaz sobrevuela sus campos. “Dicen que cuando hay zopilotes alrededor, el rancho está sano”, alardea el hombre con una enorme sonrisa.
Los agricultores que apostaron por el cambio
“Al principio nos trataron como locos: ¿qué van a producir en esas tierras muertas?”, le decían a Mario Meza, del Rancho Tata Lobo, conocido en la zona como Don Beto. Lo primero que hicieron los campesinos fue sanar sus terrenos. “Regenerar los suelos para poder cultivar lleva tiempo”, aclara Sánchez. No obstante, el verde no tardó en colorear el campo donde pasta el ganado de Rancho Tata Lobo, rodeado de los árboles nativos elegidos como parte de este sistema pastoril: el mezquite, extremadamente duro y tolerante a la sequía. Y que además tiene muchos otros beneficios: “sombrean y captan carbono, su hoja se puede usar de fertilizante, no necesita mucha agua”, enumera. Con sus frutos tan proteicos, la peshita, se hace pan, cerveza artesanal y se alimenta al ganado. “Y es un árbol bonito, ornamental”, matiza Don Beto, mientras enseña sus instalaciones.

En un lado, la parcela destinada a criar gallinas felices, como él las llama, cerca de donde cultiva el forraje: bermuda, avena, ray ray, cebada, maltera y tréboles. Al fondo se alza la milpa, un sistema de agricultura tradicional que funciona bajo principios colaborativos. “El maíz ocupa mucho nitrógeno, el frijol se lo da. La calabaza sombrea. Ahora está creciendo la milpa de verano, que lleva sandía”, cuenta Beto, que también quiere producir frutas. “Aquí se aprovecha todo. Vamos a elaborar fertilizantes orgánicos con el estiércol de animales”, adelanta mientras camina por su huerto. Y señala la gobernadora, un arbusto de flores amarillas común de los desiertos de Norteamérica. “Es desparasitante, antiséptica y antifúngica”, cuenta con la mirada de un lado a otro en las otras hierbas que crecen en su vergel, todas endémicas: la margarita del desierto, el toloache, una planta medicinal usada por los grupos nativos del norte del país, el amaranto silvestre o la cachanilla, que se utiliza como material de construcción. “Es muy importante encontrar la riqueza de cada elemento de la naturaleza donde uno vive”, asegura.

“Los agricultores se han vuelto aliados en el trabajo de conservación”, explica Sánchez, emocionada con los resultados del programa piloto. “Con el sistema silvopastoril ganan todos, los productores y el medio ambiente”. La iniciativa surgió contra los devastadores efectos de la agricultura industrial y unos ritmos de producción insostenibles para los campesinos que generaron endeudamientos, la pérdida de saberes, autosuficiencia, el abandono rural y la migración forzada.
Para Mosqueda, el punto detonador de este sistema fue el Tratado de Libre Comercio que se firmó durante el Gobierno de Carlos Salinas de Gortari en 1992. “Nos puso a competir con los grandes sin herramientas”, afirma. Y después llegaron las terribles sequías. A partir de los noventa empezamos a sembrar tierra porque ya no llegaba agua”.
Los tantos desafíos de la escasez hídrica y el cambio climático
Uno de los pilares de este proyecto de regeneración es la implementación de la tecnología del riego. Para regar los mezquites, se usa un sistema por goteo, para los pastos, uno por aspersión. “Y se van a instalar sistemas subterráneos. Con la ventaja de que, al ir bajo suelo, el material dura más tiempo. La gota de agua se inyecta directamente en las raíces, por lo que resulta más eficiente”, asegura Mónica Alves, bióloga de la Universidad Autónoma de Baja California. Los terrenos del Valle de Mexicali, explica la experta, son suelos arcillosos, salino-sódicos que limitan la disponibilidad de agua y nutrientes, y que sufrieron una alta degradación por una excesiva fertilización. “Cuando está seca [la tierra] se ve agrietada, pero al humedecerse se vuelve maleable, como plastilina. Al secarse otra vez, la tierra se contrae mucho y comprime las raíces”, detalla.

Don Beto, lo cuenta de manera más sencilla: “Suelos enfermos que regenerar, falta de agua y un clima loco que torear”, se ríe. “Pero nuestros abuelos pudieron sembrar contra condiciones también muy difíciles”.
En el futuro, la iniciativa quiere integrar al ecoturismo, pero para ello tiene que garantizar el relevo generacional. La pérdida de rentabilidad, sumado a otros problemas como la inseguridad, la escasez del agua o la desigualdad, dice Sánchez, están expulsando a las nuevas generaciones. “Para poder arraigar a la tierra a nuestros hijos, necesitamos una economía sana y estable”, manifiesta Arcelio Meza, hermano de Don Beto, de 40 años, y quien trabaja con su hijo Julián, de 27 y biotecnólogo. Juntos han logrado sacar adelante el Rancho Don Efrén, que pronto ofrecerá sus servicios ecoturísticos: un hospedaje, con un pequeño restaurante. “Hay que trabajar mucho, pero los agricultores somos apasionados. Y este proyecto nos hizo querer más nuestra tierra”, sostiene padre.

“Además, si nuestros antepasados echaron a andar sus producciones con otras dificultades, ¿por qué nosotros no?”, plantea Don Beto. Conocidos como los domadores del desierto, los antiguos agricultores de esta región tuvieron que enfrentar los embates de las condiciones extremas para sacar adelante sus cosechas. “Ellos se tuvieron que adaptar a un desierto”, dice Mosqueda. “Y nosotros, a cómo están los climas, al ritmo que marcan”.
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