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COLUMNA
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Cómo pudo empezar Gilead, el régimen opresivo de ‘El cuento de la criada’

La dictadura ultraconservadora en la que se ambienta la serie, basada en la novela de Margaret Atwood, es cada vez menos impensable. No destriparemos el final, sino el principio

Elisabeth Moss, a la derecha, en una imagen de la sexta temporada de 'El cuento de la criada'. Foto: Hulu | Vídeo: Hulu
Ricardo de Querol

Cuenta el Génesis que, durante una disputa entre Jacob y su tío Labán, el primero huyó con su familia a las montañas de Transjordania (la actual Jordania). El tío fue en su búsqueda, y se avecinaba un choque violento, pero tras un mensaje divino y un emotivo diálogo llegó la reconciliación, que se selló con los parientes amontonando cantos. Y dijo Labán: “Este majano es testigo hoy entre nosotros dos; por eso fue llamado Galaad”.

Galaad, que significa ‘montón del testimonio’, ha dado nombre, en su forma inglesa Gilead, a la dictadura opresiva, ultraconservadora y fundamentalista cristiana en la que se ambienta El cuento de la criada. El libro de Margaret Atwood se publicó en 1985, en los años de Ronald Reagan; la serie se estrenó en 2017, el primer año del primer Donald Trump, y ha llegado ahora a su final, casualmente con el republicano de vuelta en la Casa Blanca. Han sido seis temporadas que se han hecho largas, porque este relato es de los de sufrir, pero ha remontado en la última.

La serie, disponible en Max, siguió la novela solo en su primera temporada y se ha desarrollado luego sin su guía. En 2019 Atwood publicó Los testamentos, una secuela ambientada década y media después, lo que debió servir a los guionistas para dejar un cierre que pueda enlazar con la producción audiovisual que también se hará de esta última novela.

No vamos a destripar aquí el final, sino el principio. Que es confuso, porque desde la primera escena ya estamos en la teocracia que se ha impuesto en la mayor parte de lo que era Estados Unidos, y poco a poco iremos juntando piezas para reconstruir cómo se llegó a Gilead. Vamos sabiendo que hubo un desastre ambiental y una crisis de fertilidad, caos social y atentados de falsa bandera, y un golpe de Estado liderado por una secta ultra llamada Los Hijos de Jacob. Fue asesinado el presidente y disuelto el Congreso, desaparecieron de un plumazo los derechos humanos. Las pocas mujeres fértiles se convirtieron en criadas, o vientres de alquiler esclavizados, para los comandantes, la nueva casta dominante.

Mujeres vestidas como personajes de 'El cuento de la criada' se manifestaban por sus derechos ante el Capitolio en junio de 2017.

La violación está bendecida por el nuevo régimen y la represión es feroz: se practican mutilaciones y ejecuciones públicas, y los cuerpos de los ahorcados quedan expuestos en las calles. Entendemos que una parte menor de Estados Unidos aguanta con ese nombre, que existe una resistencia llamada Mayday y que Canadá (el país de Atwood) es un refugio seguro para los que piden asilo, aunque surja una tensión creciente entre locales y recién llegados. No es expreso en qué años pasa todo eso, pero algunos fans han concluido, uniendo pistas repartidas por toda la serie, que el golpe que fundó Gilead pudo darse en torno a 2025 (otros discrepan y lo sitúan mucho antes, en 2014).

La mayor parte de la trama se desarrolla en Boston, actualmente un bastión progresista de los que están bajo asedio, como lo está su más prestigioso campus. Cabía imaginar una historia alternativa de Gilead, una por la cual es el poder elegido democráticamente el que va dando el giro reaccionario. Una en la que se demoniza a las minorías; en la que se están aboliendo derechos; en la que las personas pueden desaparecer y reaparecer en una cárcel salvadoreña sin pasar por un juez; en la que se persigue a los que han ejercido su derecho a manifestarse; en la que se manda a los militares contra la población civil. Una historia en la cual es el que manda quien que alimenta el caos, quizás para justificar las medidas de excepción que estén por llegar.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).
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