Cocinas sin abuela
No cabe ninguna duda de que hay señoras mayores que cocinan a las mil maravillas, pero hoy por suerte muchas optan por cuidarse ellas y sacudirse los roles tradicionales


Abuela, no eres una abuela de verdad. ¡Las abuelas hornean galletas, no dicen groserías y no usan ropa interior de hombre!”, le larga David a la malhablada y cariñosa Soonja en la película Minari. Por lo que parece, las orcas, los calderones tropicales y los humanos son los únicos tres grupos de animales que cesan la menstruación en un determinado momento de su ciclo vital. No es lo único que tenemos en común. Al menos tres elementos más nos conectan: el primero, el comportamiento social, ese instinto de protección de las hembras hacia las crías que las lleva a crear los llamados “grupos guardería”. El segundo, especialmente en el caso de las orcas, unos rasgos de personalidad que se asemejan a los de las personas y los chimpancés. Y el tercero, que las tres especies adoramos los calamares; a los bípedos nos gustan en fritura y a la hora del vermut.
La teoría conocida como “hipótesis de la abuela”, esa que sostiene que la finalización de la etapa reproductiva femenina tiene el propósito de involucrar a las progenitoras de las jóvenes mamás en el cuidado de los nietos, es una idea que nació en los años sesenta de la mano del biólogo estadounidense George C. Williams, coincidiendo en el tiempo con la oleada feminista que abanderaba la consigna “la mujer no nace, se hace…”. Por aquellos años, mientras desde la perspectiva biológica y evolutiva se planteaba explicar el papel de la menopausia, Betty Friedan arremetía contra el hogar, al que definía como un “confortable campo de concentración”, y algunas feministas alentaban a rebelarse frente a la trampa de la maternidad, que restringía las aspiraciones profesionales y de autorrealización de las mujeres. Desde entonces, hemos deshojado cerca de 60 calendarios, y la manera de vivir, la calidad y esperanza de vida, los detergentes concentrados, la cosmética masculina y los robots aspiradores han progresado, aunque no tanto el estereotipo de la cocina vinculado a las mujeres de edad avanzada.
Internet y el imaginario están plagados de mujeres mayores de mirada dulce, pelo gris, manos huesudas y llenas de venas, con un delantal anudado a la cintura, entregadas pacientemente a la preparación de alguna deliciosa receta que nos transportará a un tiempo mejor. Ese supuesto suele atribuirles un empirismo y unos conocimientos sobre los productos, las temporadas y la cocina tradicional fuera de toda duda, en consonancia con una vida consagrada al hogar y el cuidado de la familia. Sin embargo, la justificación que tuvo que dar el televisivo chef Jamie Oliver tras la polémica originada al añadir chorizo a una paella fue que lo hizo siguiendo el consejo de la abuela española que se lo sugirió.
La cuestión es que ese cliché tan extendido y frecuente que vincula a las yayas de hoy con las que ellas tuvieron es más producto de la añoranza y la publicidad que de la realidad. No cabe ninguna duda de que hay señoras que cocinan a las mil maravillas, del mismo modo que hay otras que cocinan arregladamente y otras a las que la cocina se la trae al pairo. Pero no se debería olvidar que el personal que se jubila hoy tenía 20 años en la década de 1970 y venía de un Mayo del 68, de un momento en el que se desataban la rebeldía social, la protesta, el arte conceptual y la contracultura. Es obvio que muchas de las personas coetáneas de los movimientos punk, contestatarios y alternativos no los vivieron en primera persona, ni experimentaron con el sexo, el ácido lisérgico o se vieron sacudidas por la exuberancia estética y vital de una Europa desmadrada, pero eso tampoco las convierte en adictas al sofrito.
Ahora bien, teniendo presente que el 19,65% de la población española son personas mayores y que según algunos sondeos el 20% de los españoles se considera con suficientes conocimientos y experiencia para cocinar, las cifras dan como para que todos los ciudadanos que han finalizado su ciclo laboral alardeen aunque sea de calentar un bote de fabada en conserva. No dudo de que hay mujeres que deciden dedicarse a sus nietos, pero hay otras que eligen recuperar hobbies que durante toda su vida han ido posponiendo por falta de tiempo, y, en lugar de echar horas entre fogones cuidando un potaje, optan por cuidarse ellas e irse a comer con las amigas, viajar y tener una vida socialmente activa que se sacude de encima los roles tradicionales. Y bien que hacen.
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