Cómo fomentar la autonomía de un hijo según su edad
Criar a niños independientes es proveerles de herramientas para ser más libres, capaces y responsables. Los padres y madres deben confiar en su potencial y permitir que se equivoquen


Uno de los aspectos que más preocupan a las familias a la hora de educar y criar a sus hijos es la autonomía personal. Toda familia quiere un hijo independiente, capaz de hacer tareas del día a día, donde no precise de supervisión y ayuda continua, ya que esto supone calidad de vida no solo para el adulto que le acompaña, sino sobre todo para el menor en sí. Esta cualidad que, en muchas ocasiones, se puede creer que es innata, necesita de mucho trabajo, perseverancia y constancia para poder inculcar unas bases fundamentales que sirvan de raíces de la autonomía personal del menor para toda su vida.
La etapa de la primera infancia, desde el nacimiento hasta los 6-8 años de vida, es fundamental para la adquisición de nuevas habilidades y destrezas. Esta etapa es donde la plasticidad cerebral es mayor que en cualquier otra y se adquieren nuevos conocimientos de manera más rápida y sencilla, siendo muy relevante aquello que se fomente desde el hogar, ya sea a través del ejemplo de las figuras de referencia o a través de normas, pautas y rutinas diarias.
Para comenzar a favorecer la autonomía del menor es crucial destacar qué rasgos potencia y destaca este valor dentro de su vida, siendo la autonomía una característica que engloba grandes virtudes y habilidades para sí a lo largo de toda esta. Educar hijos autónomos es proveerles de herramientas para ser más libres, independientes, capaces y responsables. Es necesario confiar en su potencial y permitir que se equivoquen y aprendan a través de las consecuencias naturales a adquirir herramientas y estrategias para su día a día.
Un ser autónomo es un ser independiente, capaz de hacer, elegir y decidir por sí mismo. Esta independencia le permite escoger, realizar, probar, equivocarse o acertar sin necesidad de la aprobación del resto del grupo, siendo capaz de crecer individualmente en muchos aspectos. Es, por lo tanto, capaz de encontrar respuestas a sus preguntas, soluciones a sus problemas y enfocarse en conseguir sus objetivos sin necesitar de los demás para ello. Esto no quiere decir que no sea un ser social, ya que vive en sociedad y disfruta de las relaciones con los demás, pero le diferencia es que no necesita del resto para poder llevar a cabo sus objetivos, sino que estos le complementan, le aportan y suman.
La autonomía favorece la autoestima, es decir, una persona que es capaz de llevar a cabo por sí misma los objetivos que se propone se siente segura de sí misma, orgullosa de haber alcanzado sus metas, y esto le lleva a sentirse confiado y seguro, generando una autoestima fuerte y sana. Y, además, siente que aporta a la sociedad a la que pertenece, ve reforzado su sentido de pertenencia.

Implica también adquirir responsabilidades, es decir, al ser independiente, el menor irá adquiriendo obligaciones tales como hacer los deberes solo, ayudar en las tareas del hogar o preparar la mochila para ir al colegio. Si un día no realiza la tarea de la manera esperada, la consecuencia natural será que deberá resolver dicha situación por sí mismo, aprendiendo a vencer la pereza y el despiste, y siendo responsable de sus actos. Este aprendizaje es el más funcional y práctico, ya que enseña a través de situaciones cotidianas cómo resolver situaciones de la vida diaria sin necesidad de que intervenga nadie más que uno mismo.
Gestos y rutinas que fomentan la autonomía de un menor
Contrario a lo que pueda pensarse, la autonomía puede comenzar a potenciarse desde edades muy tempranas, con pequeños gestos, cambios y rutinas en el día a día. Algunos de ellos son los siguientes:
- De 6 a 12 meses. En esta etapa es de gran valor permitir que el niño coma con sus manos, toque texturas y explore. Es muy positivo que pase tiempo de juego en el suelo, favoreciendo el movimiento libre y los desplazamientos.
- De 1 a 2 años. Puede comer y beber solo, aunque no lo hará con precisión. Ayuda a tirar la ropa, a lavar o llevar cosas a la basura, porque ya comprende el acto de meter y sacar. Ya da y recibe a la orden de “dame” o “toma”. Se quita solo prendas de ropa como calcetines o zapatos.
- De 2 a 3 años. A esta edad ya puede colaborar en tareas del día a día tales como lavarse la cara, peinarse, lavarse las manos… Se desviste solo y se viste con poca ayuda. Conoce el lugar de aquellas cosas que usa y ayuda a sacarlas y guardarlas. Es capaz de poner y quitar la mesa si tiene los utensilios a su alcance. Juega a ratitos solo y se entretiene.
- De 3 a 4 años. Ya tiene más consciencia del entorno y no solo de sí mismo, por lo que empieza a ayudar en las tareas del hogar, tales como limpiar el polvo con un trapo o recoger el agua que se derrama. También puede colaborar poniendo la lavadora o recogiendo el lavaplatos. Guarda los objetos en su sitio, como la compra o los juguetes. Es capaz de realizar tareas más precisas de motricidad fina como desabrochar y abrochar botones y cierres.
- De 4 a 5 años. En esta fase hay un cambio significativo de madurez. Puede asearse cada mañana solo antes de ir al colegio, estirar su cama y vestirse sin ayuda. Es capaz de regar las plantas o dar de comer a las mascotas. Puede servirse comidas sencillas, como una fruta, un aperitivo o un vaso de agua. Ayuda a guardar la ropa limpia en su sitio. Colabora en tareas del hogar más complejas como tender.
- De 5-6 años. Respecto a la higiene personal, ya puede ducharse solo, con poca supervisión del adulto. También se limpia solo tras ir al baño o se lava los dientes. Es capaz de recoger su habitación tras el juego y hacer su cama. En cuanto a las tareas del hogar, puede aprender a barrer, fregar, colaborar en el reciclaje de los desechos y pasar el aspirador.
- De 6-8 años. En esta última etapa puede ir perfeccionando todos los hitos anteriores y adquiriendo aquellos de mayor precisión, como pueden ser pelar una fruta o doblar la ropa y guardarla en el cajón correspondiente.
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